
La Tregua es una pedazo de historia de amor. Pero que nadie espere acarameladas y vibrantes escenas a lo Federico Moccia porque esta historia no pertenece a ese romanticismo más tópico y popular, puede que con un toque comercial (cuidado: no se lea aquí comercial como término despectivo, sino representativo), ni es de esas relaciones estandarizadas que todos esperamos cuando se intuye que exista un atisbo de posibilidad de “chicha” entre dos personas. No busquéis flechazos. Tampoco los protagonistas son los típicos porque, como decía, esta historia no trata – ni lo requiere – de adolescentes con grandes dosis de intensidad amorosa corriendo a raudales entre sístoles y diástoles, con morreos bajo la lluvia y tal. Pero sí creo que estos dos implicados de La Tregua comparten con los púberes protagonistas de estas otras historias de amor una cosa: la intención del “quiero vivir a mi manera”. Ahí lo dejo.
Precisamente por lo que acabo de contar, no se puede esperar de esta obra un ritmo trepidante. No hay carreras esquivando gente por llegar a la chica, que se ha ido cabreadísima y llorando a moco tendido después de dar un portazo en la cafetería, todo ello envuelto en ese glamuroso estilo “made in Hollywood” que todos tenemos en mente. Lo que quiero decir es que La Tregua tiene un tempo lento, que nadie lo deje a la mitad por eso, porque es ni más ni menos que el que requiere la historia. Aún así, es imposible que deje indiferente la cantidad de sentimiento (no sentimentalismo) que desprende Martín, el Romeo de nuestra novela. Él es quien narra los sucesos, y también quien los protagoniza. Es a través de su corazoncito pesimista, de cincuentón con familia, quien reconoce abiertamente no saber si llegó a amar alguna vez a su difunta esposa, y que no espera nada ya de la vida, emocionalmente hablando, desde el cual llegaremos a sentir en qué consiste esta tierna historia de amor a destiempo. La Tregua es un título que tiene una misión: la de resumir el concepto de esta historia y lo que ella supone a nuestro tristón Martín.

Benedetti, en una de sus últimas entrevistas. No se le ven, pero tiene mucha pinta de ir en zapatillas de andar por casa.
Beneditti era un grandísimo romántico. Un poeta de consolidada trayectoria (¿existe consolidadísima?. Voy a mirar…). Las frases lapidarias de este autor uruguayo sobre el amor, los sentimientos, y la vida en general, son usadas a diario para dedicatorias personales desde que Google sirve para buscar versos de otros con los que impresionar. Toda una inspiración para Acción poética. No en vano se dedicó, además de a la poesía y la novela, al ensayo. Un señor con aspecto de “abuelo abracitos” que vivió su propia historia de amor durante 40 años. A menudo me pregunto qué sabrán del desamor los individuos que sólo han amado (y siguen amando) a una única persona en su vida. ¿Qué pueden saber de la oportunidad de fallar, para acabar eligiendo entre varios/as al definitivo/a? Nunca sabremos cómo entienden el desamor, pero, lo que tengo claro después de leer La Tregua, es que se puede representar en palabras el sentimiento ajeno, y hacerlo tan vívido, que otras personas lo puedan llegar a sentir también. Tiene mérito cuando no se tira de vivencias propias, ¿no creéis?
Lo tengo en espera en mi librero (soy un desastre) ahaha